El sistema educativo español se enfrenta a importantes desafíos. Sin duda alguna, esta importante afirmación ha sido reiterada cada vez que se ha planteado la necesidad de acometer reformas en un pilar fundamental del Estado de bienestar que, desgraciadamente y a la vista de los informes nacionales e internacionales conocidos públicamente, no ofrece los resultados deseados. La educación española tiene problemas, esa es la realidad. Se puede discutir sin son de mayor o menor envergadura, pero rechazar la existencia de los mismos tan solo contribuirá a acentuarlos.
La importante evolución experimentada en las últimas décadas en determinados ámbitos de nuestra sociedad no ha ido acompañada por una evolución satisfactoria en nuestro sistema educativo. Ciertamente, la incorporación de un mayor número de alumnos al mismo y la extensión de la educación obligatoria de los seis a los dieciséis años pueden considerarse un logro importante. No obstante, tan importante es la extensión del acceso a la educación de un mayor número de personas, como que esta sea una educación que se ajuste a los intereses, aptitudes y necesidades de todos y cada uno de los alumnos.
Este no es el caso del modelo actual. El hecho de que nuestros alumnos de 15 años se encuentren a la cola de los alumnos europeos en algo tan básico como la lectura no hace sino corroborar lo que muchos analistas vienen denunciando durante años. La educación española está fallando en lo fundamental. Si a esto añadimos que una cuarta parte de los mismos son expulsados del sistema educativo sin ningún tipo de titulación, además de la existencia de una importante brecha entre comunidades autónomas -el último informe PISA llegó a constatar desequilibrios de hasta un curso académico entre unas comunidades autónomas y otras- no podemos sino afirmar que al bajo nivel académico de los alumnos hay que añadir la ruptura del principio de igualdad de oportunidades.
La educación española tiene problemas, esa es la realidad
Ante este preocupante escenario, el Gobierno ha planteado a la sociedad española, a la comunidad educativa, diferentes partidos políticos y grupos parlamentarios la necesidad de reforma del sistema educativo. Los resultados facilitados por el actual modelo ponen en evidencia que las pequeñas pinceladas correctoras, seguramente practicadas con la mejor intención, no han cumplido su objetivo. Aún así no es posible ignorar la percepción que tiene un importante sector de la sociedad española relativo a los supuestos cambios que los Gobiernos de diferente signo han imprimido al sistema educativo español. Percepción que, aunque no se ajusta exactamente a la realidad, sí obliga a desplegar el máximo esfuerzo en la búsqueda del consenso.
El sistema educativo español ha girado durante los últimos 20 años sobre un mismo modelo, el modelo LOGSE impulsado en la década de los noventa y reeditado por la actual Ley Orgánica de Educación, LOE.
Es el momento de abandonar un modelo fallido, de evolucionar conforme a las necesidades y exigencias de una sociedad que requiere ofrecer a sus alumnos uno de los mejores sistemas educativos del mundo. Por ello, los cambios que se acometan tienen que sentar las bases de la educación del futuro. Se trata de modificar aquello en lo que se está fallando y sustituirlo por medidas realistas, sensatas y eficaces: refuerzo de materias instrumentales, evaluación del sistema, flexibilidad del mismo, impulso de la Formación Profesional. Sin olvidar el elemento fundamental para la mejora de cualquier sistema educativo: el profesorado.
Solo mediante la evaluación se podrá ayudar a los que tengan dificultades y estimular a los que tienen buenos resultados
Un sistema educativo que no es capaz de detectar sus problemas desde el mismo momento de su nacimiento difícilmente podrá corregirlos. La introducción de la cultura de la evaluación resulta esencial para potenciar aquellos elementos de los que se obtienen mejores resultados y corregir aquellos otros que pudieran resultar fallidos. España precisa de un sistema de evaluación que, independientemente de las pruebas internacionales practicadas hasta el momento, le permita conocer en un periodo más breve las debilidades del sistema y también los éxitos del mismo. Se trata de que al final de cada etapa sepamos si se ha cumplido con los objetivos de la misma; si los alumnos que, por ejemplo, finalizan la educación primaria lo hacen teniendo conocimiento de lo mínimo exigible que es saber leer, escribir y resolver las operaciones matemáticas más básicas. Solo de esta forma se podrá ayudar a aquellos alumnos que puedan tener dificultades y también estimular a aquellos otros que obtienen buenos resultados.
La lucha contra el fracaso escolar y el abandono educativo temprano precisan, además de poder ayudar a aquellos alumnos con mayores dificultades desde las etapas más tempranas, ofrecer un sistema educativo flexible que permita ajustarse a los intereses y aptitudes de todos y cada uno de ellos. Un sistema educativo que no cierre puertas sino que permita a los estudiantes tomar la decisión más correcta sobre su formación sabiendo que no hay vías de primera y de segunda; existen opciones que permitirán a los alumnos elegir aquella que más se adapte a sus intereses sin renunciar a un buen nivel académico. En este sentido, adelantar dentro del marco de la educación obligatoria un año la vía hacia el Bachillerato y hacia la Formación Profesional, permitirá al alumno desarrollar mejor sus capacidades y permanecer dentro del sistema educativo en vez de abandonarlo al finalizar la Educación obligatoria.
El profesorado constituye el pilar fundamental del sistema educativo. Cualquier mejora que se quiera impulsar en el sistema pasa necesariamente por la mejora de su situación. Durante los últimos años, tan sólo la vocación de los docentes y su espíritu de entrega han permitido sostener unos indicadores que de otra forma hubiesen alcanzado niveles más bajos. Por ello el éxito de la reforma tiene que ir acompañado necesariamente por un cambio en el sistema de acceso y la definición de una carrera profesional conforme a una serie de incentivos personales y profesionales. Resulta imprescindible que los mejores alumnos de hoy sean los profesores del mañana. En ellos depositamos lo más valioso de lo que dispone una sociedad, la formación de las futuras generaciones y por tanto el futuro de la misma.
Es responsabilidad de todos, reconocer la importancia de lo que tenemos en nuestras manos, del peso que la educación tiene en la vida de las personas. No es sólo una fase en sus vidas, sino una parte esencial de las mismas. Cuanto mejor sea la educación que ofrecemos a nuestros jóvenes, mayores oportunidades les brindamos para mejorar sus vidas y con ello, el futuro de nuestra sociedad. Es esencial mejorar la calidad de la educación y dar a los jóvenes de hoy los instrumentos necesarios para que tengan la libertad de decidir lo que quieren mañana. Mejorando desde el presente para construir el futuro.
Sandra Moneo es diputada y secretaria de Educación del Partido Popular