Agencia de Información Laboral, Publicado 18 febrero de 2015.
—Entrevista—
“El derecho de huelga nunca va a ser aceptado enteramente por este sistema”
—Dice Álvaro Delgado, autor del libro “Auge y declinación de la huelga”—
Este 18 de febrero se realizó el “Día de acción mundial en defensa del derecho de huelga”, que en Colombia estuvo acompañado por movilizaciones y acciones político-académicas organizadas por los sindicatos y las tres centrales obreras; en momentos en que grupos de empleadores de todo el mundo están tratando de acabar con este derecho fundamental.
Es pues una buena ocasión para conversar sobre el tema de la huelga con un intelectual que toda su vida le hizo seguimiento y estudió a fondo el movimiento obrero colombiano. Se trata de Álvaro Delgado, periodista e investigador especializado en movimientos sociales. Autor, entre otras publicaciones, del libro “Auge y declinación de la huelga”, publicado en 2013 por el CINEP con el apoyo de Conciencias. La Agencia de Información lo contactó y esta es la entrevista:
Afirma en su libro que los proyectos para ampliar el derecho de huelga en Colombia no han avanzado. ¿Lo puede explicar más detalladamente?
R. La huelga laboral es un atentado frontal contra los intereses de la concentración del capital y nunca va a ser aceptado enteramente por ese sistema, con mayor razón hoy, cuando las potencias socialistas de ayer marchan hacia las formas de producción totalmente capitalistas. Los asalariados del socialismo tampoco tuvieron libertad de huelga, como creíamos, pero ellos venían de un nivel de desarrollo de la producción y del mismo asalariado mucho
más retrasado y que contrastaba trágicamente con el existente ya en el capitalismo adulto. La mayor urgencia de los obreros del socialismo –donde fueron una inmensa minoría– era conquistar su derecho a una vida digna, sin hambre. El socialismo destruyó al capital y los trabajadores conquistaron masivamente su derecho a comer, vestirse decentemente y tener formación escolar y científica por la primera vez en su vida. Sus protestas y sus primeras huelgas contra el socialismo fueron fenómenos conocidos solo en el tramo de decadencia general y colapso de ese sistema.
El sindicalismo latinoamericano nació en medio de esa confrontación mundial y nunca ha alcanzado el desenvolvimiento institucional que tuvo en los países desarrollados. En Colombia fueron, de hecho, muy escasas y solo a partir de los años 30 ganan cierta tolerancia a raíz de subida al poder del sector más progresista del partido Liberal. Y en adelante fue todo tira y afloje entre gobiernos y sindicatos para que se les permitiera la protesta y el paro. Y sucedió todo lo contrario: Rojas Pinilla impuso lo que se llamó “plazo presuntivo” y “cláusula de reserva”, mediante los cuales acabó con cualquier sueño de tener un empleo duradero: el empleador podía despedir al trabajador en cualquier momento, sin pago de indemnización y sin la obligación de precisar el motivo del despido. Todo estaba dirigido a impedir la formación de sindicatos y, por supuesto, paralizar cualquier intento de protesta y, menos aún, de la huelga. Si el movimiento huelguístico colombiano se compara con el que tuvo lugar en Argentina, Chile, Bolivia o Uruguay en la segunda parte del siglo pasado, puede observarse nuestra insignificancia. Además, también a diferencia de esos países, nosotros nunca alcanzamos unidad en las filas, incluso después de creada la CUT. Seguimos con dos confederaciones nacionales más, sin contar las agrupaciones llamadas autónomas. Colombia es una nación ajena a los derechos y las libertades públicas, y además regida por la violencia. Parecería que todo eso es del gusto de algunos dirigentes sindicales, porque les permite supervivir largamente en los puestos.
Hasta los años 70 y 80 las huelgas eran importantes en el sentido político, como un instrumento de movilización al servicio de causas políticas, más allá de las reivindicaciones laborales. En ese contexto, ¿qué diferencia ve con lo que ha pasado en las dos últimas décadas?
El sindicalismo colombiano, como la generalidad del latinoamericano, es producto de las condiciones políticas nuevas que creó el triunfo de las fuerzas revolucionarias sobre el fascismo, allá en los años 20 del siglo pasado. Pero aquí encontró una clase patronal latifundista y profundamente reaccionaria, un empresariado industrial débil y pegado a la propiedad agraria atrasada y unas masas obreras en formación dominadas por el temor a Dios que le dice: “No le hagas mal a tu señor patrón. Él también tiene dolores como tú”.
Aquí nunca ha habido libertad de huelga. El sector asalariado mayoritario está compuesto por los empleados del Estado, es decir, los directamente influidos por la mentalidad de sus patronos, y ellos solo tuvieron libertad de asociación y huelga con la Constitución del 91, precisamente cuando comenzaba el último descenso del movimiento, en el cual todavía estamos. Ahora en los sindicatos domina una corriente que vive amenazando de luchas y parálisis pero que poco atrae. Los sectores expulsados de esas organizaciones tratan de unificar fuerzas por su lado pero poco avanzan. Los del sector minero-energético, por ejemplo, que hoy son los más avanzados políticamente, vienen haciendo experimentos unitarios desde hace por lo menos dos décadas, pero uno ve que sus escasas protestas y huelgas no gozan del apoyo de los mineros de base. El respaldo real de las organizaciones internacionales independientes es muy escaso, y ellas mismas están debilitadas después del fracaso socialista. Parecería que el tiempo de hoy es el de los campesinos, mineros y asalariados agrícolas, como lo han mostrado los hechos del presente decenio. Cuando se logre la paz del país las cosas van a cambiar para beneficio de todos los trabajadores.
A su modo de ver, ¿cuáles son las mayores dificultades para el ejercicio del derecho de huelga en la Colombia de hoy?
Tenga la seguridad de que la lucha de los asalariados por sus derechos y por el cambio político del país no podrá avanzar en medio de la polaridad y la división que hoy domina entre los sectores que se reclaman como políticamente independientes. Usted no puede esperar nada bueno de los sectores políticos amarrados a la corrupción del Estado y la violencia. Una guerrilla multimillonaria no puede ser la solución para los trabajadores, pero tampoco unos partidos ligados al crimen y el saqueo de los bienes públicos, que están dispuestos a desconocer la rehabilitación siquiera parcial de los ocho o más millones de colombianos desposeídos y desbandados por las bandas paramilitares que siguen en pleno vigor en muchas regiones. Y si no logramos la destrucción de ese gigantesco aparato de muerte, olvídese usted de derechos laborales porque siempre será más barato matar y desaparecer colombianos que respetar derechos ciudadanos.
La apertura económica y las políticas neoliberales, ¿qué tanto han afectado el derecho de la huelga en Colombia?
El país está ya loteado y cada vez más los capitales foráneos se apoderan de las riquezas naturales de nuestro suelo. Esas compañías saciarán sus planes en cosa de pocos decenios, si no antes, y nos dejarán eriales luego de haberse enriquecido fácilmente al amparo de las facilidades contractuales que los gobiernos les han entregado. Recuerde que todo eso se ha hecho con los ojos bien abiertos por parte de los dueños del país, desde Gaviria hasta a Santos. Ahora los vemos unidos en el afán de no tocar ni un pelo de los responsables del despojo. Va a ver usted que ninguno de los grandes propietarios de tierras y negocios ilícitos va a verse afectado por el cese inevitable de la guerra. Se van a enriquecer todavía más, sin la tajada ni la vigilancia de la guerrilla.
¿La baja tasa de sindicalización tiene alguna relación con la media de las huelgas en Colombia? Mejor dicho, ¿cómo afecta una cosa a la otra?
No creo que por el hecho de ser muy voluminoso, el movimiento sindical necesariamente haría más huelgas. En la Unión Soviética, donde se contó por millones, no hizo ninguna significativa, que se sepa, y en Estados Unidos las grandes huelgas fueron contadas, si se considera el aparato inmenso que podría haberlas soportado. Me parece que las altas tasas huelguísticas fueron notables más que todo en Europa occidental, incluidos grandes y pequeños países. Pero todo eso parece haber pasado ya. Yo diría que las huelgas laborales ocurren con mayor frecuencia allí donde reinan libertades públicas más altas, pues las condiciones de vida y contractuales casi no difieren entre uno y otro país. Argentina, Uruguay y Chile podrían haber sido ejemplos.
Con los empleos precarios surgidos de la tercerización y el auge de la economía informal, una gran masa de trabajadores se quedó sin organización sindical ni derecho de huelga. ¿Cómo analiza esa situación?
Todo eso es escalofriante, por decir alguna cosa. Pero me parece que la tasa de sindicalización colombiana nunca ha sido notable, por lo menos en el ámbito latinoamericano. En los años 60 o 70 tal vez oí hablar de que había llegado al 17%, pero después las cifras oficiales y de la Escuela Nacional Sindical dieron cuenta de su baja sostenida, hasta llegar a las penosas cifras de hoy. Con la colaboración del Cinep y Colciencias, hice el examen del movimiento huelguístico del país en el curso de cincuenta años, entre 1961 y 2010. Dispusimos de las más confiables cifras pero nunca percibimos una posible correspondencia entre una y otra medida, o tal vez no se nos ocurrió buscarla.
El perfil político-social de la dirigencia sindical, ¿tiene que ver con la pérdida de dinamismo de la huelga? O sea, ¿hasta dónde los sindicatos y las centrales obreras han perdido capacidad de movilizar para la huelga?
No creo que el número de las huelgas aumente o rebaje según sea la orientación política o partidista de las directivas sindicales: Tulio Cuevas, conservador y creyente, dirigió más huelgas que José Raquel Mercado, liberal y creyentísimo. Pero sí creo firmemente que la unidad de acción de los trabajadores es la primera condición de la lucha. En el curso de ese medio siglo del estudio se presentaron 4.820 huelgas laborales, que movilizaron a un total de 27.158.108 huelguistas y de las cuales la CUT, aparecida solo en 1986, dirigió 1.945 (40,4% del total) y movilizó a 13 millones de huelguistas; la CSTC, creada por los comunistas en 1962 y fundida en la CUT en 1986, comandó 479 (9,9%); la UTC (extinguida en 1986) lo hizo en 312 casos (6,5%); y la CTC en 220 (4,6%). Pero, ¡ojo!, quienes no aceptaron entrar en la unidad, los llamados No Confederados, participaron con 1.362 huelgas, el 28,3% del total de acciones y ocuparon el segundo puesto general al contabilizar el 20% del total de huelguistas. La dirección conjunta de las huelgas apenas sumó 149 acciones en los 50 años (3,1% del total de huelgas), pero cubrió al 27,7% del total de huelguistas de los 50 años.
En Colombia el 90% de los sindicatos no pueden hacer huelga, bien porque son minoritarios o por pertenecer a empresas del Estado que prestan servicios vitales. ¿Qué comentario le suscita esa realidad?
Esa es la lucha. Nada se gana sin lucha popular y todo no depende de la fortaleza o debilidad del movimiento obrero y sindical. Vivimos en uno de los países más retardatarios del mundo occidental y la tarea de los sectores progresistas y revolucionarios sigue en pie.
Cómo se explica que el mayor número de paros (que no huelgas) se den en el sector público y en subsectores que se supone no pueden hacerla porque son de servicios públicos vitales; o en empresas donde prima la tercerización y por eso no hay sindicatos o éstos son muy débiles?
A lo largo de mi vida cerca de los sindicatos, solo he visto que lo peor que puede ocurrirles a los creadores de la riqueza social es la división de sus filas frente a su enemigo principal, que es el sistema social que nos rige y que en el caso colombiano ha alcanzado los peores niveles de descomposición y crueldad. La lucha nunca termina.
¿Hay relación del conflicto armado con la media de huelgas en el país?
Sinceramente no he pensado en esa relación. Pero es claro que tan largo conflicto armado interno contamina todo lo que toca, en este caso la lucha social, las garantías de la libre movilización y protesta, sobre todo de la población campesina y los asalariados que trabajan en el campo.
Dada la atomización sindical y la poca fuerza numérica y política de los sindicatos, ¿qué tan válida es la alternativa del paro cívico (la huelga de todo el pueblo) que tuvo su auge en los años 70 y 80?
Me parece que el campesinado organizado, las mujeres del campo y los asalariados agrícolas y mineros han dado pruebas de su decisión de lucha. El gran escollo es todo el aparato represivo montado por los paramilitares y las bandas criminales con ayuda de altos jefes militares, en ejercicio y en retiro forzoso, en los retenes y desde sus cárceles doradas, en connivencia con gobernadores latifundistas y Presidentes eternamente enfurecidos.
Finalmente, ¿qué opina de la posición de los empleadores en el Comité de Administración de la OIT, que quieren eliminar la huelga como un derecho asociado a la libertad sindical?
Sinceramente, no tenía esa noticia. Pero sí me ha sorprendido, por el colmo de la audacia patronal, que el programa de acción de la Organización Regional de las Américas (CSA), a la cual está afiliada la CUT colombiana, consigne que la más alta expresión de lucha de sus sindicatos es la presentación y defensa de los pliegos de peticiones, y nada diga de la huelga.